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¿Cuántas horas al día pasamos en el interior de un edificio? Nuestra casa, la oficina, el gimnasio... Más de las que imaginamos, de hecho, se estima que pasamos entre un 80 y un 90% de nuestro tiempo en espacios cerrados.
Es por ello que la calidad ambiental en interiores es un área prioritaria en el Plan de Salud y Medio Ambiente del Ministerio de Sanidad. La piel de los edificios condiciona la salud de sus ocupantes, de tal manera que unas condiciones constructivas y de uso inadecuadas pueden derivar en el Síndrome del Edificio Enfermo (SEE).
Se conoce como SEE al conjunto de sintomatologías adversas derivadas de factores de riesgo físicos, químicos y/o biológicos presentes en el ambiente interior de un edificio.
Son síntomas inespecíficos como cefaleas, reacciones alérgicas o enfermedades ambientales como fatiga crónica, que presentan al menos el 20% de quienes ocupan el edificio. Estos problemas se agravan si sufrimos de alergia, asma o dificultades respiratorias.
La calidad del ambiente interior tiene un impacto importante en nuestra salud, confort y productividad. El aire que respiramos es una amenaza invisible, pero no por ello menos tóxica para nuestro organismo.
La salud, la comodidad y el bienestar de las personas son requisitos básicos y un derecho humano, por lo que es imprescindible garantizar condiciones de aire interior saludables y cómodas.
El aire interior está entre 2 y 5 veces más contaminado que el aire exterior. Un hecho que puede resultar impactante cuando acostumbramos a ver noticias alarmantes sobre la elevada contaminación ambiental que sufren nuestras ciudades.
Sin embargo, resulta lógico dado que el aire interior se compone del aire exterior, pero se añaden todos los contaminantes interiores. Estos se dividen según su naturaleza en:
Estos contaminantes pueden tener su origen en la propia naturaleza, como es el caso del radón, o ser causados por la actividad humana, como el CO₂ que producimos al respirar.
Asimismo, gran parte de los materiales utilizados en los espacios interiores generan contaminación. Además, la calidad del aire interior se puede ver afectada por un mantenimiento deficiente de los sistemas de ventilación y re-circulación de aire, calefacción o refrigeración.
Como vemos, la calidad del aire interior en un edificio no es constante. Está influenciada por cambios en las operaciones llevadas a cabo en el edificio, la actividad de sus ocupantes o el clima en el exterior, de manera que es muy importante su seguimiento.
Un control básico sobre la calidad de un ambiente interior debería ser el punto de partida, o al menos un indicador significativo, del nivel de salubridad de un espacio. Y para ello, la clave está en empezar a medir, a analizar, a evaluar.
La medición de la calidad del aire no es sencilla ni inmediata. La evaluación del comportamiento del edificio es muy variable en función del uso (hábitos de climatización y ventilación, productos de higiene y limpieza, posibles trabajos de reforma y materiales aportados…). Es por eso que para realizar una diagnosis previa resulta más conveniente la monitorización continua frente a la medición puntual.
Los sensores y dispositivos de monitorización continua se presentan como interesantes indicadores de la calidad del aire interior. El análisis de la evolución de los valores continuos nos permite conocer de una manera más ajustada la pauta de uso, el perfil de ocupación y el grado contaminación de un espacio, algo que no se consigue con una medición puntual.
Estos sistemas de monitorización, combinados siempre con la evaluación profesional del técnico/a especialista, pueden ser el punto de partida para empezar a cuantificar la calidad del aire interior. A partir de estos datos, podemos realizar un diagnóstico y aplicar las medidas correctoras necesarias para garantizar espacios saludables y de confort y bienestar para sus ocupantes.