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Este lunes comienza una vuelta al cole atípica. La COVID-19 ha cambiado muchas cosas en nuestra vida. Más allá de la crisis sanitaria y el distanciamiento social, nos ha hecho replantearnos la calidad ambiental de nuestro entorno. Ahora toca, o quizás hace ya un tiempo, pensar en dónde aprenden y se desarrollan nuestros hijos.
Entre 1958 y 1977 los nacimientos en España superaron los 650.000 anuales; en esas fechas nacieron casi catorce millones de niños, 2,5 millones más que en los veinte años previos y 4,5 millones más que en los veinte años siguientes.
La mayoría de nuestro aulario es una herencia de edificios históricos o las escuelas que se construyeron en los años 70 y los 80, antes de la entrada en vigor del RITE (Reglamente de Instalaciones Térmicas) de 1998.
Es fácil intuir que la salubridad de las aulas no es la más adecuada para un entorno de estudio. Todos recordamos el sopor intenso antes de salir al recreo y el ambiente cargado a nuestro regreso, que obligaba al siguiente profesor a abrir las ventanas de par en par pese a la corriente de aire que congelaba nuestras orejas.
Esta preocupación es anterior a la pandemia: en 2019 inBiot monitorizó algunos colegios en Navarra cuyos resultados mostraron las necesidades de renovación de aire que ya tenían las aulas en su momento:
El confort termohigrométrico (temperatura entre 20 y 25ºC, y humedad relativa entre un 40 y un 60%) se limitaba a aproximadamente un 80% del tiempo en el que las aulas estaban ocupadas, y tan solo un 20% del tiempo de este “confort” coincidía con niveles de CO₂ por debajo de los 1000ppm. Por otra parte, el formaldehído y los COVs (Compuestos Orgánicos Volátiles) subían de forma muy preocupante en algunas clases de plástica (con el uso de colas y pinturas previsiblemente) y con el servicio de limpieza; si bien en este caso, el contaminante se diluía rápidamente. En otras escuelas, las reformas puntuales de pintura y reparación aportaron COVs al aire interior, sin pensar o valorar si se ventilaba adecuadamente.
Nuestras observaciones no formaban parte de ningún estudio con una representación estadística suficiente para una publicación, pero van en línea con algunas de las reflexiones remitidas por el COGITI a la Comisión de trabajo para el seguimiento de la COVID-19 en el Ministerio de Educación y Formación Profesional.
Resulta especialmente paradógica la imposición de un protocolo estricto de uso de la mascarilla por parte del alumnado y el profesorado, cuando el entorno incumple taxativamente los niveles mínimos de ventilación requeridos por el RITE (12,5 l/s en escuelas y 20 l/s en guarderías, con valores límite de CO₂ por encima de la concentración exterior de 500ppm en escuelas y 350 ppm en guarderías).
Esta asignatura estaba ya suspendida en 2019. En 2020 nos ha pillado la pandemia. Nos confinamos en marzo y decidimos dejarlo para septiembre; y aquí estamos, el día antes del examen y sin haber estudiado.
En un post anterior propusimos varios consejos para prevenir el COVID-19 en espacios interiores, basándonos en una publicación de REHVA y los primeros estudios científicos que apuntaban a los rangos de temperatura y humedad a los que es resistente el virus. El 30 julio el Ministerio para la transición ecológica y el reto ecológico publicó “RECOMENDACIONES DE OPERACIÓN Y MANTENIMIENTO DE LOS SISTEMAS DE CLIMATIZACIÓN Y VENTILACIÓN DE EDIFICIOS Y LOCALES PARA LA PREVENCIÓN DE LA PROPAGACIÓN DEL SARS-COV-2”, donde se exponen las vías de transmisión del SARS-COV-2 y las pautas para reducir el riesgo de contagio en ambientes interiores, siendo la ventilación la clave de los mecanismos de prevención.
La carta remitida por el COGITI al Ministerio a la que antes hacíamos referencia va en la misma dirección, proponiendo sistemas VMC (Ventilación Mecánica Controlada) para las aulas como medida para mitigar (no evitar) el riesgo de transmisión de la COVID-19 en las aulas.
Primero, aceptar que ya hemos suspendido. No existen ni los recursos ni el tiempo suficiente para llegar a proyectar, licitar y ejecutar estas instalaciones.
Sí podemos, sin embargo, comenzar por algún sitio: “lo que no se mide no se puede mejorar”, según Lord Kelvin, tal y como el COGITI recuerda en su escrito.
Necesitamos medir cuál es la calidad del aire en el aulario. La introducción de dispositivos de monitorización continua en las aulas permite hacer un seguimiento de los distintos parámetros que definen la calidad del aire y el nivel de ventilación. Entre ellos, el CO₂ se presenta como el indicador perfecto de las necesidades de ventilación en tiempo real y en función del nivel de ocupación de las aulas.
La información que ofrecen este tipo de dispositivos permite hacer una labor pedagógica de la necesidad de ventilar, optimizar la apertura de ventanas, mejorar la regulación de los sistemas de climatización y hacer una previsión realista de los futuros sistemas de ventilación mecánica, estableciendo prioridades de actuación en función de los resultados.
Estamos ante una vuelta al cole novedosa e incierta, así que trabajemos desde los distintos sectores implicados para garantizar técnicamente que la seguridad y la salud vayan de la mano asegurando entornos saludables de aprendizaje.