Productos
El dióxido de carbono nos suena a contaminación ambiental, ya que no deja de ser un gas inodoro, incoloro e insípido presente en la atmósfera en una proporción en torno a 400 ppm (partes por millón), y subiendo, tal como indican los últimos informes. Subiendo principalmente por las emisiones de la industria y el transporte y posicionándose como un potente gas de efecto invernadero que, paradójicamente, resulta vital para regular la temperatura superficial y la vida en la tierra.
Sin embargo, cuando hablamos de concentración de CO₂ en espacios interiores, nos referimos al CO₂ como subproducto de nuestra propia actividad metabólica. También podemos encontrarlo como resultado de la combustión de cualquier sustancia con contenido en carbono, de modo que estufas mal selladas u otros procesos de combustión interior ayudan a incrementar los niveles de CO₂.
Podríamos decir que el CO₂ no es un contaminante como tal, ya que es un gas que los seres vivos exhalamos durante la respiración. Pero puede ser tóxico por desplazamiento de oxígeno. El aire “fresco” que inhalamos debería estar en una proporción aproximada de un 21% de oxígeno, frente a un 0,04 % de CO₂. El aire exhalado, en cambio, contiene aproximadamente un 16% de oxígeno y un 4% de CO₂.
En espacios interiores como escuelas, oficinas o nuestras propias viviendas, a partir de una concentración superior a 800 ppm de CO₂ (0,08%) empiezan a aparecer síntomas de fatiga, reducción del rendimiento, dolores de cabeza y aumento del ritmo respiratorio. El límite de confort está en los 1500 ppm, ya que manteniéndonos por encima de este valor de forma prolongada los efectos de fatiga aumentan considerablemente y su efecto en el malestar y la pérdida de rendimiento es directo.
Entonces, para mantener la proporción saludable de oxígeno y CO₂, necesitamos renovar el aire en espacios cerrados. Y, por lo tanto, este es uno de los motivos por los que la ventilación es clave, siempre lo ha sido, en un adecuado aire interior. La ventilación también nos ayuda a diluir otros contaminantes interiores (como formaldehído o compuestos orgánicos volátiles), así como a eliminar el exceso de humedad ambiental que producimos en interiores (también exhalamos vapor de agua en la respiración, al ducharnos, al cocinar, etc.)
Siempre hemos ventilado un poco a ojo. Siguiendo la sabiduría popular, pero de forma ineficiente y poco adaptada a unas necesidades reales.
En los casos en los que la ventilación es manual suele ser insuficiente, sobre todo en invierno, cuando no solemos abrir las ventanas más que unos minutos por la mañana. Y en los casos en los que se dispone de un sistema de ventilación mecánica controlada, generalmente funciona de manera totalmente manual. Por lo tanto, de nuevo depende de que el sensor olfativo que cada uno de nosotros traemos de serie decida cambiar el modo de actuación del ventilador. A lo sumo, y como ocurre en edificios de oficinas y en el uso terciario generalizado (centros formativos, hoteles, tiendas, etc.), contará con una programación en función de un horario prefijado, que tampoco se ajusta necesariamente a un uso real.
Por eso, la concentración de CO₂ es el indicador estrella de que se garantiza una renovación de aire mínima necesaria para un ambiente interior saludable. Midiendo y monitorizando la evolución del CO₂ podemos interpretar, en tiempo real, cuándo y de qué manera se está ventilando, y si se está llevando a cabo de una manera eficiente.
Como tenemos la “manía” de respirar, ajustar la ventilación a los picos de producción ayudará a asegurar un aire interior fresco y saludable, en la adecuada proporción de oxigeno y CO₂. Por ejemplo, en un espacio sin más ventilación que la apertura de ventanas, no será lo mismo dormir con la puerta del dormitorio cerrada, entreabierta o abierta. De hecho, los niveles de CO₂ en un dormitorio tras una larga noche pueden alcanzar fácilmente los 2000 ppm.
La situación de pandemia en la que continuamos ha hecho que tomemos conciencia de la necesidad de ventilar los espacios interiores. Los centros educativos tienen una importante tarea por delante para garantizar la renovación de aire requerida, sin que su factura energética (y por lo tanto económica) se dispare en cuanto empiece la temporada de calefacción. No es tarea fácil, y un aire interior saludable requiere a su vez de monitorizar, diagnosticar y actuar sobre otros parámetros que lo condicionan, aunque desde luego, empezar por ventilar en función de la concentración de CO₂, es un gran paso.